O Professor Farlei Martins envia a nós texto de Ignacio Muro publicado na edição do jornal El País de 7 de agosto de 2008 a respeito da nova forma de riscos - o manufaturado (Giddens). E quais são as tecnologias e saídas políticas para conte-los.
Crisis sociales, riesgos manipulados
No son las dificultades las que vencen a los hombres, sino el temor",
afirmaba Shakespeare. Y el temor es una sensación que puede fabricarse, como
puede aliviarse o acentuarse, de forma inconsciente o consciente. No sólo la
influencia de las religiones, sino también el poder en general, se articula
frecuentemente sobre la conveniente manipulación de riesgos y temores. El
riesgo, la sensación de riesgo, aumenta con la globalización. Y su esencia
cambia. Los ciudadanos del mundo tienen la impresión de estar metidos en una
turbina de la que pueden salir despedidos en cualquier momento.
Mientras en el pasado, muchos daños se atribuían a los dioses, la naturaleza
o simplemente al destino, hoy, la mayor parte de los peligros que nos
amenazan parecen descansar sobre decisiones humanas. Anthony Giddens los
denomina riesgos manufacturados, porque suelen estar relacionados con la
búsqueda de ventajas económicas en procesos industriales insuficientemente
garantizados. Incluso las catástrofes naturales o el cambio climático han
dejado de ser accidentes para ser hechos imputables moral, política y
jurídicamente a los hombres. Los dioses hace tiempo que son inocentes.
En el terreno social también es habitual esa forma interesada de
manipulación de riesgos. Cualquier fenómeno como el terrorismo, la
inmigración, la dialéctica entre religiones y culturas, puede facilitar
decisiones de las que obtener ventaja inmediata, bien sea en forma de venta
de armas o de apropiación de recursos petrolíferos. Sólo se precisa que los
temores que provocan hayan sido convenientemente tratados y manipulados. La
crisis demográfica y el envejecimiento de la población son otro ejemplo.
Desde los años noventa se ha asumido el riesgo de quiebra de las pensiones
en un horizonte lejano. Ese riesgo futuro se convirtió, en seguida, en
oportunidad inmediata para obtener ventajas; por un lado, en forma de
negocio para fondos de pensiones privados; por otro, político y social, al
conseguir que sindicatos y trabajadores aceptaran ajustes o asumieran leyes
restrictivas.
Ese riesgo ha estado alimentado de múltiples noticias. Tomemos tres ejemplos
de 1996. "La ONU estima que la población española será de 29 millones en
2050", decía una. Diez años más tarde se acaban de superar los 46 millones y
la natalidad se ha recuperado. "Expertos -decía otro titular- presentan
informe que confirma la necesidad de complementar las pensiones con fondos
privados". La noticia no mencionaba que el escenario elegido utilizaba, como
hipótesis, una tasa de desempleo creciente hasta llegar al 26% en 2005, para
luego descender hasta el 20% en 2010. El "riguroso" informe estaba
patrocinado por la fundación BBVA y coordinado por José Barea, el que fuera
jefe de la oficina económica de Aznar. En el mismo año, la Dirección General
de Migraciones consideraba que la entrada de 20.000 personas al año era el
"cupo deseable" para la economía española y desechaba como inasumible "un
techo de 100.000 inmigrantes". ¿Error o manipulación?
En cualquier caso, esas cifras y noticias sobre demografía, desempleo o
inmigración contribuyeron a generar el miedo escénico necesario para
desequilibrar las relaciones sociales y debilitar el Estado de bienestar y
las fuerzas progresistas. El descenso del peso de los salarios en la
economía, excepcional en una fase expansiva, es una de sus consecuencias. En
la zona euro ha caído un 13% desde 1980, casi el doble que en los países
industrializados. En España, entre 1995 y 2007, pese al fuerte crecimiento
económico, han perdido 6 puntos porcentuales en el PIB, mientras que el
salario real medio ha bajado un 5%. La batalla continúa. La creciente
fragilidad y precariedad laboral no impide que se fuercen cambios legales
urgentes que descargan sobre el trabajo la solución al envejecimiento social
en forma de prolongar varios años la vida laboral.
De forma sutil, la ortodoxia económica, apoyada por el tremendo poder
mediático de los grandes centros de opinión, ha conseguido presentar como un
problema exclusivo de los trabajadores lo que es un problema común de toda
la sociedad. Ha conseguido que se focalice como un déficit de la Seguridad
Social, la caja particular de los trabajadores, lo que, en todo caso,
debiera asociarse a un déficit de la caja general de los ciudadanos, que es
la hacienda pública. ¿Tiene sentido? La hacienda pública financia, por
ejemplo, las pensiones no contributivas al considerarlas un derecho
ciudadano. ¿Puede desentenderse de financiar con el conjunto de impuestos
los costes del envejecimiento de la población?
Afrontado entre todos, es más fácil encontrar soluciones. El incremento del
gasto social relacionado con el envejecimiento se estima -¡para 2050!- en un
4,6% sobre el PIB en el promedio de la UE. Se presenta como "insoportable",
pero resulta que es menor que la transferencia de renta desde el trabajo al
capital provocada en los últimos años, antes citada.
En un entorno de desarrollo tecnológico no tiene sentido que la sociedad
abandone cualquier horizonte de mejora incubado durante siglos. Ahora, más
que nunca, genera suficiente riqueza para abordar cualquier crisis y
financiar cualquier proyecto sostenible. Debe, eso sí, repartir mejor su
carga. Y saber combatir los riesgos manufacturados y el reclamo interesado
de soluciones urgentes. Cuando se afronta una nueva crisis, ésa es la mejor
enseñanza. Sólo así es posible decir: "¡Juntos podemos!".
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