Ideas Política y Economía 04/01/11 Elegir, ese misterio
Mucho antes del boom de las neurociencias, Elster trazó una "teoría de la elección racional", para explicar por qué elegimos algo, desde tener hijos o dar o no propina. Aquí, habla del peso de las emociones en la política y del "oscurantismo" en las ciencias sociales.
POR FEDERICO KUSKO
Etiquetado como: Jon Elster Salvo por su altura tan nórdica y por su mirada extranjera, el noruego Jon Elster no llama mucho la atención. Su acento cargado de aire de tierras lejanas lo camufla como un turista más entre las hordas de visitantes que, con cámaras y billeteras abultadas en mano, cruzan a diario la ciudad como si fuera un tablero de ajedrez. Nadie que se lo encontrara en la Plaza de Mayo o lo viera en una mesa del café Tortoni –sólo por mencionar dos de los lugares más extranjerizados de Buenos Aires– sospecharía que este hombre amante del jazz (“sólo de cierto período: de 1937 a 1942”), fanático de la arquitectura románica y lector voraz de novelistas franceses como Proust o Stendhal es toda una eminencia dentro del campo heterogéneo, confuso y sin límites precisos de las ciencias sociales.
Pero lo es: mucho antes de que los neurocientíficos y los escáneres sondearan hasta el rincón más íntimo del cerebro, este investigador del Collège de France y profesor de la Universidad de Columbia en Estados Unidos desplegó un vasto arsenal teórico para abordar e intentar comprender lo muchas veces incomprensible: por qué hacemos lo que hacemos. Así, como buen arquitecto, construyó todo un edificio conceptual –al que bautizó “teoría de la elección racional”– a partir de los aportes de los más diversos campos como la psicología, la economía del comportamiento, las ciencias políticas, la historia, la filosofía y hasta la biología.
Con tiempo y paciencia, examinó las bases del egoísmo y el altruismo, inspeccionó el rol de las creencias y cómo éstas se forman colectivamente, estudió las emociones, deseos y oportunidades, la confianza, la toma colectiva de decisiones, el autoengaño, los códigos de honor, el funcionamiento de las organizaciones y hasta las normas sociales de la propina.
Hipercrítico incluso con sus propias teorías –“me parece que la teoría de la elección racional tiene menos capacidad explicativa de la que yo suponía. Sin embargo, esta teoría es un elemento valioso de mi caja de herramientas conceptuales”, confiesa–, este investigador que pasó por Buenos Aires para ser investido como Doctor Honoris Causa por la Universidad Torcuato Di Tella advierte –preocupado y sin temor al choque– el avance de cierta nube oscurantista sobre las ciencias sociales.
“En los últimos años se puede apreciar que el oscurantismo invadió este campo de estudios. No hay respeto por la argumentación y por la evidencia –cuenta el autor de La explicación del comportamiento social: más tuercas y tornillos para las ciencias sociales (Gedisa), versión ampliada, revisada y autocrítica del ya clásico Tuercas y tornillos: una introducción a los conceptos básicos de las ciencias sociales –. Hay cierta renuencia a hacer de abogado del diablo y ser crítico a la corriente que uno pertenece: estructuralismo, funcionalismo, posmodernismo, poscolonialismo, psicoanálisis, marxismo, deconstruccionismo, en definitiva, seudoteorías. Ninguna de estas corrientes tiene respeto por la evidencia. No enfrentan ni se hacen una pregunta fundamental: ‘¿Cómo sabés eso?’ Simplemente, asumen. No pueden explicar cómo saben eso. Afirman que sólo hay que creerlo.”
-Después de más de 30 años de estudio del comportamiento humano, ¿diría ahora con comodidad que los seres humanos somos animales racionales?
-Definitivamente no. Al menos, no sólo eso. En mis primeros escritos de fines de los setenta y principios de los ochenta creo que estaba muy entusiasmado con este enfoque porque me parecía un buen modelo teórico para explicar cómo las personas se comportan. Sin embargo, con los años y gracias a mis investigaciones sobre fenómenos como las adicciones, me percaté de su estrechez: en lugar de explicar por qué los seres humanos hacemos lo que hacemos, explica aquello que deberíamos hacer en ciertas circunstancias. Esas situaciones ideales no se dan en todos los casos. Eso ayudó a que con el tiempo me fuera corriendo del estudio de la toma de decisiones de los individuos y pasara a preocuparme más por las tomas colectivas de decisiones.
-O sea, cambió de una aproximación de abajo-arriba al enfoque arriba-abajo.
-No exactamente. No busco entender el comportamiento individual a partir del comportamiento colectivo. Me sigue interesando el proceso a partir del cual los individuos eligen lo que terminan eligiendo: cuántos hijos tener, por ejemplo. En el caso de los grupos, me da mucha curiosidad cómo un grupo de individuos llega a una conclusión por hacer o no hacer algo. Tanto en el caso de individuos como en el de los grupos, la racionalidad es sólo una parte del proceso.
-Las emociones juegan un rol más importante del que suponemos.
-Absolutamente. Por ejemplo, cuando la Asamblea Constituyente francesa suprimió por ley las servidumbres personales y abolió el feudalismo en la noche del 4 de agosto de 1789 fue una decisión colectiva movida extremamente por las emociones: tanto por el miedo como por el entusiasmo.
-¿Eso quiere decir que el miedo no sólo paraliza?
-No. El miedo es una de las emociones más fuertes. Se puede tener miedo a lo que pasó como miedo a lo que pasará. Los delegados de la Asamblea Constituyente francesa tenían miedo de que les quemasen sus castillos y así fue como hicieron ciertas concesiones como la de abolir el feudalismo de la noche a la mañana. El miedo es una emoción muy personal. Uno puede temer una crisis financiera pero uno siente miedo si uno es afectado por tal crisis. La ira puede tener una fuerza abrumadora en la toma de decisiones como lo demostró Zinedine Zidane con su cabezazo a un adversario italiano en la final de la Copa del Mundo de 2006. A su vez, las emociones como la culpa, el desprecio y la vergüenza tienen íntimas relaciones con las normas morales y sociales.
-¿Y hay tal cosa como emociones universales?
-Las emociones son universales aunque no lo son todas. Se dice que los japoneses tienen una emoción llamada “amae” cuya traducción sería algo así como “indefensión y deseo de ser amado” que no existe en otras sociedades. Muchas veces se sugiere que el amor romántico es una invención moderna y que el sentimiento de aburrimiento es de origen reciente. “Algunas personas nunca se habrían enamorado si nunca hubiesen escuchado hablar de amor”, decía el aristócrata francés La Rochefoucauld en el siglo XVII.
-¿Y ve a la sociedad argentina como una sociedad muy emocional?
-No conozco mucho de la sociedad argentina para intentar explicarla pero me interesa. Por lo que veo y leo me fascina. Las emociones en la política argentina son más importantes que en otros países. Eso es lo que se ve desde afuera al menos. Por ejemplo, fui testigo de las procesiones por la muerte del ex presidente Néstor Kirchner. Eso no se hubiera visto en otros países. Las emociones siguen siendo un misterio. Nunca sabemos cuándo son realmente genuinas o cuándo han sido ritualizadas. Por ejemplo, lo interesante para analizar en una sociedad donde se impuso un gobierno dictatorial es por qué cierta gente se fue del país y por qué otra gente se quedó. Las emociones también pueden interferir en la adquisición óptima de información. Afectan también nuestras creencias y deseos.
-Más allá de las emociones, a la hora de distinguirnos de los animales siempre apelamos a nuestra racionalidad.
Los seres humanos queremos ser racionales, no nos gusta ser meros juguetes de fuerzas psíquicas que actúan a nuestras espaldas. No nos enorgullecen nuestras caídas en la irracionalidad. Queremos tener razones para lo que hacemos. La mayoría de las personas no quiere verse como si sólo la moviera su interés personal. Los seres humanos tenemos dos grandes motivaciones para actuar: el motivo de la ganancia material y no ser vistos únicamente movidos por el motivo de ganancia material. Nadie quiere admitir ante otros que lo único que le interesa es su ganancia personal. A veces uno no quiere admitirlo siquiera consigo mismo.
-Usted es conocido por su concepto de justicia transicional, los juicios, purgas, reparaciones que tienen lugar de la transición de un régimen político a otro, de una dictadura a la democracia, como se puede leer en su libro “Rendición de cuentas” (Katz Editores). ¿Qué lo llevó a investigar este tema?
-Me interesa cómo la percepción o idea de justicia de los individuos y las sociedades moldea o afecta su conducta. Esa idea atraviesa y está enraizada en la naturaleza humana. Soy un ferviente creyente de los valores del Iluminismo. Creo que son transculturales y transhistóricos. Muchos dicen que es mi sesgo occidental, yo digo que es universal: tratar a la gente con dignidad y respeto es un valor universal. Soy un fanático del Iluminismo. Estoy muy influenciado por los moralistas franceses como Pascal, La Fontaine, La Fayette.
-La información siempre ocupó un rol importante en la toma de decisiones. ¿Cree que este proceso cambió con la evolución de Internet?
-En la teoría de la acción racional uno actúa a partir de ciertas creencias que se consolidan a partir de cierta información que uno posee. Con la aparición de Internet el costo de la información descendió increíblemente. Eso significa que las personas deberían estar más informadas para tomar decisiones. Hay pros y contras: la información también debería ser confiable. Lo malo es que hay una tendencia a dejar que las computadoras hagan el trabajo de los seres humanos. Es algo potencialmente peligroso. En mayo de este año se produjo un crash en la Bolsa de Nueva York causado por un programa de computadora que funcionó mal. Estamos creando monstruos. El 99% del tiempo son eficientes y buenos, pero en el 1% restante pueden ser desastrosos.
-¿Sigue peleado con los sociobiólogos?
-Mucho no me quieren. Ver a la sociedad como un superorganismo es una falacia y un reduccionismo crudo que se observa también cuando se intenta explicar el comportamiento en términos biológicos. Por ejemplo, los intentos de explicar el comportamiento político en función de cierto imperativo territorial verificado en ciertos animales. O que las prácticas de fisicoculturismo pueden explicarse como resultado de la selección sexual, análoga a las plumas del pavo real o los cuernos de los ciervos. O las explicaciones de la sociobiología y la psicología evolutiva que sostienen que la depresión posparto en las mujeres evolucionó como una herramienta de negociación.
-Su trabajo tiene muchos puntos de contacto con neurocientíficos. ¿Cómo se lleva con ellos?
-Sigo muy de cerca esas investigaciones, pero con prudencia. Soy algo escéptico. Me parece que hay un entusiasmo prematuro. Las elecciones que tomamos son actos complejos producto de la interacción entre nuestras creencias y deseos. Y que yo sepa, un escáner puede detectar muchas cosas en el cerebro pero por ahora es incapaz de rastrear o identificar aquello en lo que creemos.
FICHA
La explicación del comportamiento social...
Jon Elster
GEDISA
506 págs.
$144
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