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La era del compromiso
Constantin Costa-Gavras, referente del cine político y social, ha sido durante décadas un azote para las conciencias de Europa y América. Vuelve con Edén al Oeste, donde muestra el drama de la emigración, mientras aparece en su punto de mira la nueva "nobleza capitalista".
ROCÍO GARCÍA 17/10/2009
Cualquier parecido con hechos reales, personas vivas o muertas no es accidental, es deliberado". Esa frase figuraba al inicio de Z, el filme que abordó el asesinato del líder pacifista Grigoris Lambrakis durante la dictadura de los coroneles griegos. Han pasado 40 años y Constantin Costa-Gavras, el director de Z, que el cineasta François Truffaut ya calificó de "filme hermoso y, al mismo tiempo, útil", sigue persiguiendo sin descanso la realidad. ¿O es al revés? ¿Es la realidad la que persigue a este eterno cronista, a este hombre comprometido, de mirada valiente y clara ante las injusticias, una especie de conciencia social colectiva? "Nosotros contamos historias y las historias muestran el mundo. Muy rápidamente me di cuenta de que el explosivo más poderoso era la injusticia y la impotencia o la incapacidad para reaccionar frente a esa injusticia. Eso es lo que lleva al terrorismo, a todas las formas de terrorismo". Es temprano por la mañana y Costa-Gavras, nacido en Atenas hace 76 años y afincado en Francia desde muy joven, está en su casa de París, en pleno barrio latino, frente a la Sorbona. Las dudas en el patio que uno encuentra desde la calle sobre hacia dónde dirigir los pasos se desvanecen rápidamente cuando, antes de hacer sonar ningún timbre, se abre a lo lejos la puerta de la vivienda y aparece un sonriente y amable Costa-Gavras. Claramente, ha estado atento a los ruidos de la entrada, a pesar de que la cita se ha adelantado unos minutos.
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"Los capitalistas son la nueva nobleza. Necesitamos otra revolución, sin sangre, para cambiar esta situación"
"¿La denuncia de mi cine? A mí, la palabra denuncia me interesa, pero yo prefiero utilizar la de mostrar. A mí, más que denunciar, me gusta mostrar para que la gente mire. Luego, si uno denuncia o no es otra cosa. Es el público quien tiene que decidir, yo sólo le muestro la realidad a través de imágenes", asegura Gavras, mientras al fondo, desde unos grandes ventanales que dan a un jardín trasero, se oyen risas que proceden de alguna escuela infantil cercana. Muchos libros, bellas pinturas, dos o tres ramos de flores sencillos y un mobiliario cálido y confortable hacen de este lugar el sitio ideal para conversar con el hombre que denunció los métodos estalinistas en La confesión; relató la acción de la guerrilla tupamara de Uruguay en Estado de sitio; mostró la colaboración estadounidense en el golpe de Pinochet en Missing; habló del conflicto entre israelíes y palestinos en Hanna K, indagó en la culpa y el nazismo en La caja de música o hurgó en el silencio cómplice del Vaticano ante el Holocausto en Amen. Ahora ha puesto su mirada en los sin papeles, no sólo en la tragedia de las miles de personas que llegan a diario a las costas europeas en busca de una vida mejor, sino también en todos aquellos emigrantes instalados ya en nuestras ciudades, con trabajo pero sin derechos, y que viven con un miedo constante de que les manden de vuelta a sus países. Edén al Oeste, que mañana se proyectará en la Mostra de Valencia, donde participa en la sección oficial a concurso y que se estrena en España el próximo viernes día 23, está protagonizada por Riccardo Scamarcio, con guión del propio Gavras y de Jean-Claude Grumberg.
Es el viaje de la Odisea. A semejanza de Ulises, Elías, el personaje protagonista, cruza el Mediterráneo, luchando contra tormentas y tribulaciones y enfrentándose a mitos y monstruos de ahora. Ulises buscaba el camino de vuelta a casa. Elías va en busca de un sueño y una magia: la ciudad de París. Con apenas diálogos, Edén al Oeste narra la aventura de este hombre sin nacionalidad que recorre países y atraviesa mares, que tiene encuentros fortuitos con una turista británica, un matrimonio griego, unos camioneros alemanes o una gran dama francesa, en lo que se convierte en todo un retrato de la sociedad europea a través de ese personaje. "Quiero mostrar que antes que nada los emigrantes son hombres y mujeres. No queremos saber su nacionalidad porque son eso, hombres. Si hubiera puesto una nacionalidad a Elías, ya uno especularía y la vincularía con determinada problemática social o política concreta. Lo importante en Edén al Oeste es sólo el hombre, independientemente de dónde nace o de dónde viene", explica su realizador.
París es el sueño de Elías. También lo fue del joven Costa-Gavras. Aunque Edén al Oeste no es autobiográfica, sí que hay mucho de la experiencia personal de este realizador. "Es una aventura que conozco bien", asegura. Nació en Atenas en 1933 y su padre participó de manera activa en la resistencia contra la invasión de los alemanes en 1941. "Recuerdo a los muertos que recogíamos asesinados por los nazis, el frío y el hambre. Mi padre nos envió a un pequeño pueblo y aquello fue la libertad. No había alemanes y conocí la vida del campesino, su pragmatismo, cómo guardaban el aceite necesario para el año, también el trigo o la leña. Cómo vigilaban a las cabras y se fijaban en las veces que el macho iba a ver a la hembra para calcular luego la leche y la carne que tendrían para sobrevivir. Recuerdo también las largas misas ortodoxas de tres horas en las que había que estar de pie, con los chicos y chicas separados, y los barbudos griegos, los resistentes, a los que admirábamos muchísimo". Ante la imposibilidad del joven Gavras de proseguir sus estudios en Grecia por sus antecedentes familiares -se necesitaba un certificado de buena conducta-, abandonó su país en 1952 y se trasladó a la capital francesa.
"París era el lugar mágico donde uno podía encontrar todo, esas estatuas griegas del Louvre que yo veía en los libros, aquí estaban las cosas que a mí me interesaban, la literatura, los estudios. En aquella época, el Estado griego regalaba billetes a los jóvenes para ir a Alemania, Australia o América para enriquecerse. Yo lo que quería era estudiar. A pesar de todo fue doloroso al principio. Viví en París como extranjero, sin conocer a nadie, ni sus costumbres ni su lengua. Se produce una ruptura total con la familia, con los amigos, no teníamos muchos recursos económicos...". Gavras se detiene un segundo en su reflexión, como temiendo que el interlocutor pueda llegar a pensar o a comparar lo que está narrando con la situación que viven los sin papeles ahora en Europa. Y se explica: "En aquella época era más fácil venirse a París. Encontrabas trabajo con facilidad. Yo vine a la universidad, a la Sorbona, y en el centro de estudios había una lista enorme con puestos de trabajo, desde lavar coches, cuidar niños... Había trabajo suficiente para poder estudiar y sobrevivir al mismo tiempo".
PREGUNTA. ¿Qué le ha llevado en este momento de su carrera a fijarse en la tragedia de los sin papeles?
RESPUESTA. Lo primero de todo, yo no hablo de carrera porque un director en realidad no hace carrera. La carrera es para los políticos, los militares, los diplomáticos. Nosotros sólo hacemos películas y nunca sabemos cuándo va a llegar la siguiente. De una película a otra un realizador puede desaparecer si las cosas no van bien. Hacemos películas, no carreras.
P. ¿Cada vez es más difícil entonces hacer cine?
R. Sí, sin ninguna duda.
P. ¿Incluso para un cineasta como usted?
R. Es complicado cuando queremos tratar ciertos temas. Para las comedias, las películas de acción o los thrillers no hay problemas, uno siempre encuentra dinero. Las televisiones que están detrás de muchos de nuestros títulos aquí en Francia, y en España probablemente también, aplican la filosofía del señor Le Lay [ex responsable de la primera cadena de la televisión francesa], que decía que ellos hacen cine para preparar a sus espectadores para comprar coca-colas y no los pueden enfrentar a temas demasiado complicados. Como cada día hay más y más cadenas de televisión, la calidad está bajando.
P. Volviendo a la pregunta de antes, ¿qué le ha llevado a poner su mirada hoy en los emigrantes?
R. En París hay unas 400.000 personas sin papeles que están trabajando, que tienen familias, que llevan una vida normal. Para hacer Edén al Oeste yo me entrevisté con algunos de ellos. Una señora latinoamericana me contó que para llegar a su trabajo tenía que caminar una hora diaria de ida y otra de vuelta, que no se subía ni al metro ni al autobús porque allí hay controles policiales permanentes. "¿Y cuando llueve?", le pregunté. "Cojo un paraguas", me contestó. Y me lo dijo con una sonrisa de oreja a oreja. A los emigrantes se les presenta muchas veces como una molestia, y discursos en Francia como los de Le Pen van generando un miedo contra ellos. El hecho de recibir a alguien de fuera siempre es positivo, nunca es negativo. Con Edén al Oeste he querido mostrar que los emigrantes, los sin papeles, son gente como cualquiera de nosotros, son personas luminosas, que tienen luz propia.
P. ¿Cree entonces que ahora hay más miedo en Europa hacia la emigración?
R. Más que nunca, porque nos los presentan como si fueran una masa de gente que llega, como si fuera una invasión, nunca nos los presentan como individuos, nunca como una sola persona con sus problemas. Lo que está claro es que uno se identifica más fácilmente con una persona que con miles. Ese miedo también responde a una realidad, porque Europa tiene problemas económicos y no puede recibir a todo el mundo. Michel Rocard dijo una vez que Europa no podría recibir todas las miserias del mundo, pero que Francia debería recibir una parte de ellas. Ésa es la verdad. Ahora se suele recordar la primera parte de la frase, pero nunca la segunda, cuando la realidad está ahí, en la que cada país tiene que asumir una parte, según sus posibilidades económicas o sociales.
Habla pausado y sonríe en muchas ocasiones. Sentado en el sofá, se incorpora y se adelanta cuando quiere que sus reflexiones lleguen claro. No tiene Costa-Gavras una buena opinión sobre la política europea. Dice que la conciencia la lavan enviando dinero a dictadores africanos, un dinero que, en muchas ocasiones, va a parar a cuentas en Suiza o paraísos fiscales. "El drama europeo es que no hay una filosofía política, no hay una política única, al contrario que en la línea económica que funciona bastante bien. Tampoco la política cultural se ha desarrollado".
Todavía quedan muchos temas en la recámara de este retratista de las miserias y las injusticias, pero hay uno que le tienta especialmente. "El capitalismo, esa pasión por el dinero. Dinero, dinero, tener más coches y más grandes, una casa en el campo, piscina, eso es lo que mueve hoy al mundo. En el pasado hice una película, Consejo de familia, que creo que no me salió bien del todo porque lo que yo quería era mostrar que ahora la sociedad piensa más en la cantidad que en la calidad de la vida. ¿Y dónde está esa calidad? En las relaciones, en el amor, en el humor, en cómo recibimos al extraño. Es aquí donde Europa puede representar un papel importante y es lo que yo les reprocho a los dirigentes y políticos europeos. Europa ha vivido todo lo peor, las masacres, las guerras más terribles, junto a lo más maravilloso, el arte, la filosofía, la literatura. ¿Y qué hacemos ahora que estamos juntos en la Unión Europea? Hablar de economía, ver dónde se gana más dinero. Cuando cayó el muro de Berlín pensamos que por fin el mundo iba a ser diferente, pero no, es peor. ¿Qué le estamos diciendo a la juventud sobre la necesidad de crear un mundo mejor? Que todo, el medio ambiente, el paro, la economía, que todo es peor, que no hay esperanza. No proponemos una vida mejor, sólo que cada vez vamos hacia un mundo más oscuro".
Se interesa por la política española, por Zapatero, también está al tanto de la pensión millonaria y vitalicia de la que va a disfrutar el ex directivo del BBVA José Ignacio Gorigolzarri. "Es inaceptable cuando hay gente que tiene que vivir con 400 euros. Tengo la sensación de que estamos echando marcha atrás, de que volvemos a los años previos a la Revolución Francesa, en los que una minoría, la nobleza, lo tenía todo. Hoy parece que estamos reviviendo aquello, hay una mayoría de gente que es la que hace todo el trabajo, que es la que permite que la sociedad siga funcionando, frente a los capitalistas que son la nueva nobleza. Necesitamos otra revolución, sin sangre, para cambiar esta situación".
Se entusiasma con Obama -"su elección es algo formidable, no sólo para Estados Unidos, sino para el resto del mundo"-, aunque no oculta sus temores. "Es el político más moderno, el que se ha preocupado por todos los temas, ha tocado las cosas que verdaderamente interesan a la gente, con un enfoque positivo y sin demagogias. Pero igual que Obama ha conseguido ganarse a los estadounidenses, no lo ha hecho en Washington, que es donde está el verdadero poder. Me temo que acabe siendo aplastado por Washington". Y también aborda el espinoso y delicado tema Polanski: "Lo que sucedió en su día es algo inaceptable que hay que condenar, pero ya han pasado 30 años y los delitos prescriben. Hoy esa mujer, la víctima, ha retirado la denuncia y ha habido acuerdo. Polanski tiene casa en Suiza y va muy a menudo. ¿Por qué ahora las autoridades suizas detienen a Polanski? ¿No será que quieren mejorar su imagen internacional, después de que se haya demostrado que guardan dinero robado, riquezas de todos los dictadores del mundo?".
No le importa que le recuerden como el director de Z -"una vez comiendo con Orson Welles me habló de ello y yo le dije que sí, pero que a él le pasaba igual con Ciudadano Kane, terminamos riendo"- y habla con devoción del cine europeo. Tiene en un rincón las películas que le han enviado de la Academia de Cine Europeo para la votación de los premios del próximo mes de diciembre y asegura haberse topado con auténticos tesoros. "El cine en Estados Unidos está perdiendo terreno en cuanto a la calidad y contenido, se ha convertido un poco como el fútbol, un mero espectáculo. En cambio, en Europa hay un deseo y una voluntad de hacer cosas grandes".
Aún se oyen los gritos lejanos de los niños en la escuela. Costa-Gavras sale de nuevo hasta la puerta para la despedida. En el patio de la casa descansa un triciclo. La vida está ahi.
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