quarta-feira, 22 de julho de 2009

Texto de Agamben

Outro texto de Agamben, aparentemente antigo, mas com conceitos fundamentais para compreensão da realidade contemporânea.

Martes 20 de enero de 2004 Año VII N° 2850
TRIBUNA

El control que EE.UU. acaba de imponer a todos los extranjeros que ingresan al país no sólo implica una situación jurídico-política humillante, sino que aleja a los hombres de Atenas y los acerca a Auschwitz.

La humanidad, clase peligrosa
Giorgio Agamben.

Los diarios no dejan lugar a duda: quien, de ahora en más, vaya a Estados Unidos con una visa será fichado y deberá dejar sus huellas digitales al entrar al país. Personalmente, no tengo ninguna intención de someterme a tales procedimientos y es por eso que anulé, de inmediato, el curso que debía iniciar en marzo en la Universidad de Nueva York.
Me gustaría explicar aquí la razón de esta decisión, es decir, por qué, a pesar del cariño que me une desde hace varios años a mis colegas norteamericanos y a sus alumnos, considero que esta decisión es necesaria y a la vez inapelable y me gustaría que fuera compartida por otros intelectuales y profesores europeos.
No se trata solamente de una reacción epidérmica frente a un procedimiento que se impuso, durante mucho tiempo, a criminales y acusados políticos. Si sólo se tratara de eso, es obvio que podríamos aceptar moralmente el hecho de compartir, por solidaridad, las condiciones humillantes a las que son sometidos hoy tantos seres humanos.
Pero eso no es lo esencial. El problema excede los límites de la sensibilidad personal y tiene que ver, simplemente, con la condición jurídico-política (tal vez sería más sencillo decir biopolítica) de los ciudadanos en los Estados supuestamente democráticos en los que vivimos.
Desde hace algunos años, intentan convencernos de que debemos aceptar, como dimensiones humanas y normales de nuestra existencia, prácticas de control que siempre habían sido consideradas excepcionales y verdaderamente inhumanas.
Nadie ignora, entonces, que el control ejercido por el Estado sobre los individuos a través del uso de dispositivos electrónicos, como las tarjetas de crédito o los teléfonos celulares, alcanzó límites hasta no hace mucho insospechados.
Sin embargo, es imposible traspasar ciertos umbrales en el control y la manipulación del cuerpo sin ingresar en una nueva era biopolítica, sin avanzar un paso más hacia lo que Michel Foucault llamaba una animalización progresiva del hombre implementada a través de las técnicas más sofisticadas.
El fichaje electrónico de las huellas digitales y de la retina, el tatuaje subcutáneo así como otras prácticas de la misma índole son elementos que contribuyen a definir este umbral. Las razones de seguridad que se invocan para justificarlas no deben impresionarnos. La historia nos enseña que las prácticas que en un principio estaban reservadas a los extranjeros luego se aplican al conjunto de los ciudadanos.
Lo que está en juego aquí no es nada menos que la nueva relación biopolítica "normal" entre los ciudadanos y el Estado. Esta relación ya no tiene más que ver con la participación libre y activa en la esfera pública, sino que concierne a la inscripción y al fichaje del elemento más privado y más incomunicable de la subjetividad: me refiero a la vida biológica del cuerpo.
A los dispositivos mediáticos que controlan y manipulan la palabra pública se suman así los dispositivos tecnológicos que inscriben e identifican la vida desnuda: entre estos dos extremos de una palabra sin cuerpo y de un cuerpo sin palabra, el espacio de lo que antes llamábamos política es cada vez más reducido.
De esta manera, al aplicar al ciudadano, o más bien al ser humano, las técnicas y los dispositivos que habían inventado para las clases peligrosas, los Estados, que deberían representar el lugar mismo de la vida política, lo convirtieron en el sospechoso por excelencia, al punto que es la humanidad misma la que se transformó en la clase peligrosa.
Hace algunos años, había escrito que el paradigma político de Occidente ya no era la ciudad, sino el campo de concentración, y que habíamos pasado de Atenas a Auschwitz. Se trataba de una tesis filosófica y no de un relato histórico, ya que no hay que confundir fenómenos.
Me gustaría sugerir que el tatuaje había surgido en Auschiwtz como la manera más normal y más económica de reglamentar el registro de los deportados en los campos de concentración. El tatuaje biopolítico que hoy nos impone Estados Unidos para ingresar en su territorio bien podría ser el signo precursor de lo que nos pedirán aceptar más adelante como la inscripción normal de la identidad del buen ciudadano en los mecanismos y los engranajes del Estado. Es por eso que hay que oponerse.

(Copyright Clarín y Le Monde, 2004. Traducción de Claudia Martínez.)

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